jueves, 1 de mayo de 2008

San Pietro in Montorio



El ascenso a San Pietro in Montorio desde el Trastevere se realiza a través de una subida bastante pronunciada. Un via crucis acompaña a lo largo del recorrido y anticipa el acontecimiento dramático que tuvo lugar sobre la colina del Gianicolo en un tiempo ya lejano. La frondosa vegetación tras el muro a la izquierda invade el pasaje y las raíces han ido levantando el pavimento, dotando al plano del suelo de una configuración geométrica irregular.

Ya sobre la colina, en uno de los patios del antiguo convento franciscano, se alza imponente la que probablemente sea la obra de menor tamaño y mayor monumentalidad de la Historia de la Arquitectura. Ceñida por un recinto para el cual parece no haber sido concebida, se muestra al exterior a través de un vano con una reja, protegida como si de un precioso tesoro se tratara.

La cancela está cerrada, pero entro al interior del patio a través de un acceso lateral tangente al mismo que me adentra en la intimidad del templete. Al aproximarme al lugar unas palabras resuenan en mi interior: “En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.” En este lugar estas palabras se cumplieron y la Arquitectura allí erigida da testimonio de ello. En este lugar el apóstol Pedro extendió los brazos, y la cruz en la que fue clavado descansó en un punto señalado hasta el día de hoy con tan sublime composición. Soberbia arquitectura para significar tan magno acontecimiento.

Un banco de madera a la derecha de la reja permite que el visitante se detenga a contemplar tan perfectas proporciones; pero sentado en él la visión se me presenta oblicua, y por ello desplazo el banco y lo sitúo delante del hueco que comunica con el exterior, para encontrarme con el templete frente a frente.

Este año Marta está en la Academia con la beca de Arquitectura. Cuando acabo de tomar mis notas entro a visitarla. En la puerta un becario está sacando sus pertenencias embaladas; tiene que dejar libre la habitación para el que vendrá a ocuparla el curso siguiente. Bajo el envoltorio de papel marrón se intuyen lienzos y otros objetos de menor tamaño. Marta me dice, mientras toma un té en la cocina, que también ella se irá dentro de poco tiempo. En su voz se adivina una cierta tristeza por abandonar uno de los lugares más maravillosos del mundo, privilegio sólo de unos cuantos.

El tiempo transcurrirá y transformará en pasado un presente tan efímero que casi no llegó a tener lugar, y la memoria, a veces débil, tenderá a atenuar tan bellos recuerdos. Entonces esos caros objetos envueltos hoy en vulgar papel marrón harán que perviva esta época dorada, pero ya convertida simplemente en un hermoso pretérito.

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